¡Observa, escucha y vive! Tu patrimonio cultural
del 12 al 20 de Julio – Parque de la Bombilla.
Se recomienda el uso de audífonos para una mejor experiencia.
Paisaje y Memoria
¿Lo oyes? Es el sonido de un San Ángel que ya no se ve, pero que aún se recuerda.
Aquí, donde hoy pasan autos y suenan teléfonos, antes corrían ríos limpios, y los árboles frutales daban sombra en los caminos de tierra. El aire olía a bugambilias, a duraznos maduros, a flores. Y en julio… oh, en julio, todo cambiaba. Porque llegaba la Feria de las Flores.
Era como si el barrio entero floreciera. Las casas —sí, esas de cantera y teja— abrían sus puertas, y en sus patios colocaban altares hermosos, llenos de flores y frutas recién cortadas, veladoras encendidas, y sobre todo… dalias.
¿Sabías que la dalia es una flor ancestral? Crecía en los jardines de Tenochtitlan, y los mexicas ya la admiraban. En 1963, el presidente Adolfo López Mateos la declaró símbolo nacional de la floricultura mexicana. Y desde entonces… es la reina de esta feria.
Pero esta fiesta no solo es visual. Se canta, se reza, se cocina. Es una ofrenda viva a la Virgen del Monte Carmelo, patrona de los carmelitas, y protectora de San Ángel.
¿Y sabes algo muy especial? Esta feria fue creada por decreto presidencial. Así como lo oyes. En 1857, el presidente Ignacio Comonfort firmó un documento que decía: “Esta celebración merece repetirse cada año”. Y así ha sido. Cada julio, San Ángel se transforma.
La música suena desde temprano. Los altares brillan. La comida huele a anís, a canela, a pan de aguamiel. Y la gente… ¡ah, la gente! Gente que viene de lejos, que regresa a sus raíces, que celebra con flores la historia viva de este lugar.
La Feria de las Flores no es solo una tradición. Es memoria, es identidad, es comunidad.
Así que ahora que estás aquí, escucha bien. Estás pisando un suelo que ha visto crecer siglos de flores y frutas… Y cada una te cuenta algo. ¿Quieres saber qué sigue? Acompáñame. Vamos al siguiente punto.
Fiesta del Alma
Dicen que cuando uno ama una fiesta, puede sentirla antes de que empiece… Y aquí, en San Ángel, eso pasaba cada año.
El 16 de julio no era una fecha cualquiera.Era el día más esperado del año. Apenas amanecía y ya se escuchaba un murmullo especial… Primero, los pájaros de los huertos cantaban como si supieran lo que venía. Luego, las campanas de la iglesia marcaban con fuerza el despertar de un pueblo entero. Y entonces… sonaban los mariachis, que llegaban hasta el atrio para cantarle Las Mañanitas a la Virgen del Carmen.
No era cualquier serenata. Era una ofrenda musical, viva, sonora, profundamente mexicana.
Y no llegaban solos. Los concheros, danzantes tradicionales, aparecían vestidos con trajes llenos de color y cascabeles en los tobillos.
Bailaban al ritmo de tambores, caracoles, flautas… Como si cada paso invocara a los antiguos dioses, y cada giro abrazara a la Virgen.
¿Será que esas danzas de herencia prehispánica guarden la memoria de las celebraciones ancestrales? No puede ser mera coincidencia que, en estas mismas fechas, los antiguos pueblos nahuas también ofrendaran flores a la Madre Tierra como muestra de gratitud por las cosechas.
Mientras eso pasaba en la iglesia, las calles se llenaban. Familias enteras bajaban de sus casas con flores en las manos y escapularios colgando del cuello.
Se reunían en las plazas, entre risas, entre oraciones, entre aromas de copal y pan recién horneado.
Y lo más bonito, ¿sabes qué era? Que todos, absolutamente todos, se sentían parte de la misma alegría. Los niños correteaban entre los altares, los abuelos compartían historias, y los jóvenes ayudaban a colocar guirnaldas.
Cronistas del siglo XX lo decían claro: La Feria de las Flores era la fiesta del alma de San Ángel. Una fiesta que no conocía fronteras ni diferencias. Una fiesta donde lo sagrado y lo cotidiano se abrazaban.
Y esto apenas era el principio… Porque la Feria de las Flores no duraba un día.
Era una celebración que se extendía por semanas, con procesiones, misas, altares, música, comida y danzas…
¿Pero qué más se puede hacer en una fiesta que dura tanto? ¡Mucho! Vamos, que aún queda tanto por descubrir. Sigamos caminando…
San Ángel
Durante los días de feria, las calles se transformaban: Había un palenque de gallos, donde los gritos se mezclaban con la emoción de las apuestas.
Una plaza de toros, donde los curiosos iban a ver las faenas bajo el sol. Y por las noches… ¡ah, las noches!
Los cielos se llenaban de luces, con “toritos” hechos de carrizo y pólvora que danzaban entre la gente antes de estallar.
Las casas abrían sus puertas. Se jugaba lotería, se vendían panes de aguamiel, y no faltaban los antojitos: tamales humeantes, tacos al comal, atole espeso y dulce…
Había juegos mecánicos para todos, puestos de feria con juguetes de madera, máscaras, rebozos bordados a mano…
Todo un tianguis lleno de colores, aromas y sabores, donde cada puesto era una historia, una tradición compartida.
¿Y entre todo ese alboroto? La Virgen del Carmen, claro. Vestida para la ocasión, adornada con flores, con su hábito carmelita y, por supuesto, su escapulario.
Ella, estaba presente en cada altar, en cada oración, en cada niño que pasaba frente a su imagen y hacía una pequeña reverencia.
San Ángel era un mosaico humano. Aquí se cruzaban clases sociales, edades, costumbres. La feria no excluía. Al contrario: unía.
Y así, entre luces, comida, música y devoción… La Feria de las Flores seguía creciendo. Día tras día.
¿Y tú? ¿Quieres vivir una fiesta así? No te vayas. Que esto apenas comienza. Aún me falta contarte … cómo la Virgen sale a recorrer sus propias calles.
La Virgen y su Pueblo
Aquí, en San Ángel, cada último domingo de julio, la Virgen del Carmen sale de su iglesia… Y no sale sola.
Sale rodeada de flores, acompañada por la fe de un pueblo que la espera todo el año.
Los vecinos —jóvenes, adultos, ancianos— se turnan para cargarla con cuidado sobre unas andas decoradas, sólidas como promesa.
Y así, la llevan en procesión por las calles, por los callejones, por las plazas… incluso por los mercados.
¿Sabías que la Virgen cambia de vestido para este día especial? A veces lleva su hábito carmelita.
Pero nunca falta su escapulario, ese símbolo antiguo del que tanto se habla en estas fechas.
Es una tela larga, sencilla, que cae sobre su pecho y su espalda.
Y aunque parezca pequeño, tiene siglos de historia… Más adelante te contaré a quién se lo dio y por qué.
Mientras tanto, la procesión avanza. Los balcones están llenos de flores.
Los fieles lanzan papelillos de colores: amarillo, morado, verde…
Cada pedacito de papel es una ofrenda, una alegría lanzada al aire.
Algunos rezan. Otros cantan. Y todos —todos— miran con emoción a la imagen que, por un momento, deja el altar para estar entre la gente.
Se detienen en San Jacinto, donde la plaza parece latir. Luego continúan hacia el mercado, saludando a los comerciantes y visitantes.
Y así, entre música de banda y aroma a flores frescas, la Virgen del Carmen recorre su pueblo como una madre que visita a sus hijos.
¿Te quedas un poco más? Quiero contarte el secreto del escapulario… Ese que ella lleva al cuello y que, dicen, protege hasta después de la muerte.
El Escapulario
¿Has visto el pedacito de tela que la Virgen del Carmen lleva sobre el pecho? No es un adorno… Es un regalo sagrado, un símbolo de historia, fe y promesas. Déjame contarte de dónde viene.
Corría el año 1251, hace casi ochocientos años, cuando un hombre llamado Simón Stock, un monje inglés de la Orden del Carmen, vivía retirado en un convento en Cambridge, Inglaterra. Simón oraba con fervor y una noche, pidió una señal del cielo.
La Virgen se le apareció. Traía entre sus manos un objeto muy sencillo: un escapulario de lana marrón. Y le dijo algo que hasta hoy se repite con reverencia: “Quien muera con este escapulario, no padecerá el dolor de las llamas del fuego eterno. Será prenda de salvación, alianza de paz y señal de protección eterna.”
Desde entonces, el escapulario se volvió más que una insignia. Se convirtió en un pacto. Un símbolo de pertenencia a la Virgen del Carmen, y de confianza en su intercesión.
Años después, otro suceso extraordinario ocurrió: El Papa Juan XXII tuvo una visión.
La Virgen prometió que todos los fieles que portaran su escapulario serían liberados del purgatorio el sábado siguiente a su muerte.
Este favor se conoce como el Privilegio Sabatino, y es uno de los pilares de la devoción carmelita.
Con el tiempo, se formaron cofradías por todo el mundo: en Asia, Europa, América… Y claro, también en San Ángel, donde la fe echó raíces profundas.
Significado del Escapulario
Ahora que sabes que el escapulario fue un regalo directo de la Virgen, quiero contarte por qué es tan especial.
No es joya ni amuleto. Es un símbolo de entrega, de pertenencia y de confianza.
Y aunque muchos lo llevan sin saber toda su historia, aquí en San Ángel… se honra con conocimiento.
Está hecho, tradicionalmente, de lana café oscura. ¿Sabes por qué? Porque ese color simboliza la humildad y la lana representa la pureza del corazón, un material que, como la fe verdadera, abriga sin ostentar.
El escapulario consta de dos rectángulos de tela unidos por cintas o cordones. Uno descansa sobre el pecho. En uno de esos pedazos se suele bordar con hilo dorado: la imagen de la Virgen del Carmen, el anagrama mariano, o el escudo de la orden carmelita.
Desde su origen, el escapulario ha ofrecido tres promesas, conocidas por generaciones:
Protección durante la vida.
Salvación al momento de la muerte.
Liberación del purgatorio.
Por eso, no es extraño ver que durante la Feria, muchas personas —niños, adultos, ancianos— acudan a bendecir sus escapularios.
Algunos incluso los colocan en los altares florales de sus casas, como señal de fe viva y agradecimiento.
Y hay algo más… Este pequeño objeto fue una de las devociones más importantes durante el virreinato.Fueron los carmelitas descalzos, llegados a la Nueva España en el siglo XVI, quienes lo trajeron y lo difundieron…
Especialmente aquí, en San Ángel, donde lo hicieron parte del alma del barrio.
El Origen de la Fiesta
Todo gran festejo tiene un primer paso. Una chispa que enciende la tradición. En San Ángel, esa chispa se encendió un 14 de julio de 1704.
Ese día se fundó una cofradía o agrupación de vecinos: hombres, mujeres, niños y ancianos que compartían un amor profundo por la Virgen del Carmen… y por su escapulario.
¿Sabías que la iglesia que hoy conocemos como Templo del Carmen, antes se llamaba Santa Ana? Y desde entonces, es el corazón espiritual de San Ángel. Y fue ahí donde estos devotos acordaron, festejar cada 16 de julio a la Virgen del Carmen. Y no cualquier festejo. Solemnidades completas: con primeras vísperas, misa mayor con sermón, y una procesión por las calles del poblado.
Una fiesta para honrar a su patrona como Reina del Monte Carmelo y protectora de San Ángel.
La cofradía aceptaba a personas de todas las edades y estados civiles. Lo único que pedían era algo muy sencillo… que cada quien portara su escapulario con devoción y orgullo.
…Desde entonces, la comunidad de San Ángel no ha dejado de celebrar.
Año tras año, generación tras generación, la fiesta se ha mantenido viva, cambiando con el tiempo pero sin perder su alma.
Imagínate el San Ángel de antaño: sin coches, sin electricidad… solo el murmullo del río y los huertos floreciendo. La Virgen caminaba entre los suyos.
Todo esto comenzó porque un grupo de personas, como tú y yo, decidieron que su amor a la Virgen debía celebrarse en comunidad.
¿Quieres saber por qué esta Virgen se llama del “Carmen”? La respuesta… está en un monte lejano, donde florecieron milagros.
El Monte Carmelo
¿Verdad que es bonito conocer la historia? Ahora déjame llevarte más lejos. Mucho más lejos. A un lugar antiguo, sagrado… al Monte Carmelo, en Tierra Santa.
Carmelo, en hebreo, significa “jardín de Dios” o “vergel”. Imagina una montaña junto al mar, donde el aroma de la tierra mojada se mezcla con el silencio del desierto.
Fue ahí donde todo comenzó. Mucho antes de iglesias, escapularios o procesiones.
Fue ahí donde los ermitaños del Carmelo, hombres entregados a la oración y al retiro, se inspiraron en un profeta.
En ese monte vivió y profetizó el profeta Elías. Y según la tradición, fue él quien anunció una gran lluvia que vendría a terminar con la sequía. Miró al mar… y vio una nube blanca en forma de mujer que se acercaba.
Esa nube, dicen, era la Virgen. Tiempo después los cruzados convertidos en ermitaños del Carmelo le dedicaron su vida.
Le construyeron un altar entre las rocas, le ofrecían flores silvestres, y empezaron a llamarla con cariño: Virgen del Carmelo… o Virgen del Jardín.
Siglos después, cuando los cruzados regresaron a Europa, trajeron consigo esta devoción.
Más tarde cruzarían el océano para fundar conventos en América… y sí, también en San Ángel.
La Virgen del Carmen es también la patrona de los marineros, de los navegantes, de los que buscan dirección. Porque su historia nació junto al mar…
Y fíjate qué hermoso: esa Virgen que un día apareció sobre las aguas… hoy es celebrada aquí San Ángel.
Así que cuando veas sus andas cubiertas de flores… recuerda esta hermosa historia del monte donde todo comenzó.
¿Te animas a cruzar la calle conmigo? Ahí enfrente está el Museo del Carmen. Y lo que ocurrió dentro de esas paredes… también tiene mucho que contar.
El Convento
El Museo del Carmen alguna vez fue convento y colegio.
Aquí vivieron, enseñaron y rezaron los frailes Carmelitas descalzos. Sí, descalzos… aunque en realidad, usaban huaraches, de suela delgada, humildes.
Lo hacían como señal de renuncia a los lujos y entrega total a la vida espiritual.
Y en este mismo sitio, hace más de 400 años, comenzó una de las historias más importantes de San Ángel.
Fue en el año 1615 cuando los carmelitas llegaron a este lugar. En ese entonces, San Ángel era un valle fértil, con ríos, huertas de duraznos, manzanos y muchas flores.
El fraile encargado de la obra fue Fray Andrés de San Miguel, un hombre excepcional: arquitecto, ingeniero hidráulico y místico.
Él diseñó no sólo este convento, sino también el famoso Desierto de los Leones, al poniente de la ciudad.
Este complejo se llamó “San Ángel Mártir”, y durante la Colonia, aquí se formaron generaciones enteras de religiosos.
Fue en este lugar donde, en 1704, como ya te conté, se fundó la cofradía del escapulario, y desde aquí se organizaban las misas, procesiones y las grandes celebraciones dedicadas a la Virgen del Carmen.
Hoy, si entras al museo, puedes ver sus claustros, celdas, biblioteca, sacristía, cocina y hasta las criptas subterráneas.
Es como entrar al corazón de la historia. Cada piedra, cada arco, cada muro, guarda un pedacito de la memoria de San Ángel.
Aquí también verás pinturas, esculturas, vestimentas litúrgicas y objetos que narran cómo era la vida conventual.
Y por supuesto, verás imágenes de la Virgen del Carmen con su escapulario, en cuadros y retablos que han sobrevivido al paso de los siglos.
Todo lo que hemos vivido en estas cápsulas… tiene raíces en este edificio.
Este convento fue semilla, y San Ángel fue la tierra fértil donde germinó una tradición que sigue viva.
Ahora sí… Estás listo para conocer la última estación.
El Xitle
Mira bien dónde estás parado… Porque bajo tus pies no solo hay historia, hay lava convertida en tierra fértil.
Sí, aunque suene increíble, la Feria de las Flores no podría entenderse sin el volcán Xitle, ese que dormita allá, junto al Ajusco.
Hace más de dos mil años, el Xitle hizo erupción… y su lava cubrió buena parte de este valle. Cuando todo se enfrió y tras varias capas de sedimentos lo que quedó fue una tierra fértil, rica en minerales, ideal para toda clase de cultivos y, sobre todo, ideal para que crecieran… flores.
Esta rica tierra mas la abundancia de agua proveniente de los manantiales y los generosos ríos Magdalena y Guadalupe, proveyeron todo lo necesario para el desarrollo de varias comunidades, pueblos originarios de raíz nahua que hicieron vida y cultivaron durante siglos ese hermoso lugar, el entonces conocido barrio de Tenanitla.
Los frailes carmelitas, expertos hortelanos, desde su llegada supieron leer y aprovechar la riqueza y conocimiento de aquella tierra ancestral. Aquí sembraron sus huertos, adaptaron y experimentaron con nuevos cultivos… y así, poco a poco, la producción de frutas y flores se volvió parte de la identidad de San Ángel.
Cada año, durante la Feria de las Flores, el Museo Casa del Risco organiza el famoso desfile de rebozos, donde mujeres de todas las edades muestran estas valiosas prendas, muchas de ellas de colecciones de antaño.
Hay música en vivo, colores por doquier y una energía que no cabe en las calles. Y además, se celebra el ya tradicional Concurso de Balcones Floridos.
Los vecinos adornan sus balcones con hermosos arreglos florales. Dalias, bugambilias, nardos, alcatraces y en medio de tanta belleza se posa la imagen de la Virgen del Carmen.
Cada flor, un homenaje a esta tradición.
¿Sabes qué es lo más hermoso? Que todo esto —el rebozo, el balcón, la flor— no es sólo decoración… es memoria viva, es gente que, al igual que tú, decide seguir celebrando, seguir contando la historia, y seguir floreciendo.
Así termina nuestro recorrido… pero no la fiesta. Porque mientras alguien cuente estas historias, mientras una flor se ofrezca con devoción, y mientras la Virgen del Carmen recorra las calles de San Ángel… la tradición seguirá viva.
Ezequiel Negrete, Feria de San Juan, óleo sobre tela.
Colección INBAL.
Pasión por la cultura mexicana
La Feria de las Flores de San Ángel es una de las celebraciones más emblemáticas y longevas de la Ciudad de México. Desde su autorización formal en 1857 por el presidente Ignacio Comonfort, esta festividad ha representado un punto de encuentro entre tradición y modernidad. En la Feria se entrelazan prácticas religiosas, agrícolas, culturales y comerciales que han perdurado por más de siglo y medio. Organizada anualmente en el corazón del barrio de San Ángel –la antigua Tenanitla–, la feria es reflejo de una historia local profundamente enraizada en la espiritualidad, el trabajo agrícola, en la riqueza ambiental de la región y en el dinamismo comunitario. Aquí te compartimos su historia y profundo significado. Disfrútala y compártela.
Territorio de contradicciones. Delegación Álvaro Obregón,
México, Delegación Álvaro Obregón, 2000, p. 33.
Créditos
Diseño de contenidos y coordinación:
Dra. María Luisa Rivas Bringas
Desarrolló tecnológico y diseño sonoro:
Mtro. Roberto C. Morales A.
Investigación e interpretación:
Mtra. Daniela Alcalá Almeida
Producción
Dirección de Desarrollo Cultural, Alcaldía Alvaro Obregón
Para saber más...
Abundis Canales, J. (2007). La huella Carmelita en San Ángel 1, Ciudad de México, Instituto Nacional de Antropología e Historia
Serrano Espinosa, Teresa Eleazar, “La cofradía de Nuestra Señora del Carmen y su Santo Escapulario de San Ángel (siglo XVIII)”, Arqueología Mexicana núm. 129, pp. 77-80.